Una de las cosas que más lo relajaba era asomarse al
balcón del apartamento. No era un espacio grande, pero era suficiente para
apoyarse en la baranda a contemplar el día a día de las vidas de la gente del
vecindario. Le gustaba la zona, no solo por su gente, sino por ser además muy
tranquila. Otra de las ventajas era que tenía todo lo que necesitaba cerca:
supermercado, tiendas, hospital, parque, etc. El piso tenía vistas a los
comercios principales de la calle: una zapatería, una panadería y una frutería.
El calor de agosto vaticinaba una larga noche dando
vueltas en la cama. Le estaba costando más de lo habitual conciliar el sueño y
pensó que quizás un whisky lo ayudaría. Con el vaso en la mano, se puso a mirar
por el balcón, con la orquesta nocturna
de grillos y chicharras como única compañía.
Vio llegar dos furgonetas que se detuvieron frente a
la frutería. Unos ocho hombres trajeados se bajaron de ellas y dieron unos
golpecitos en la cancela metálica. Se giró para comprobar la hora en el
despertador de la mesita. Los grandes números brillaban en la oscuridad: las
03:18. El dueño les abrió la cancela, haciéndoles un gesto para que entraran.
Juraría que era una frutería muy pequeña y le costó imaginarse a tanta gente en
el interior.
No era curioso por naturaleza, ni mucho menos cotilla,
pero la escena que acababa de presenciar lo había dejado tan desconcertado que decidió bajar a Monty, un Cocker Spaniel
que también seguía despierto, y así aprovechar y echar un vistazo por la
frutería.
Monty no parecía estar muy entusiasmado con el paseo
nocturno, y le hacía señales tirando de la correa para que volvieran/tiraba de
la correa en dirección a casa. A decir verdad, solo tenía a Monty, compañero
inseparable.
Acercó la
cara a la cancela para intentar ver a través del cristal. Podían intuirse
algunas formas gracias a la luz de las farolas que se filtraba a través del
cristal de la puerta. Escuchó una música de fondo procedente del interior. Todo
parecía estar normal ahí dentro. Se intuían en la oscuridad los montones de
cajas de fruta expuestas, pero no vio ni rastro de aquella misteriosa reunión.
En aquel instante, de una puerta que permanecía oculta a la luz del día, salió
uno de los hombres en traje.
El dueño de la frutería debía haberse esmerado mucho
para camuflar aquella puerta, pues estaba seguro que de que no había puerta
alguna allí, solo una de entrada y salida, desde la que observaba ahora mismo.
Todo ocurrió muy deprisa. A pesar de la oscuridad, estaba seguro de que su
mirada y la del individuo se cruzaron, pues este se detuvo en seco en su
dirección. Lo miró a él y a su perro, y se apresuró a la habitación de la que
provenía, probablemente para avisar al resto de que había alguien merodeando
fuera.
Al día siguiente al volver del trabajo, encontró a
Monty muerto en el salón. No había señales de que alguien hubiera forzado la
cerradura ni se habían llevado nada. Monty yacía inmóvil aunque sin heridas aparentes.
No sabía si llamar a la policía. No tenía pruebas de nada, pero sabía que
habían sido ellos, a modo de advertencia.
Bajó a la frutería para pedir explicaciones, pero el
dueño no parecía estar en ese momento, por lo que decidió entrar a la
habitación camuflada y ver quiénes eran realmente estos hombres, y qué asunto
tan privado llevaban entre manos como para acabar con la vida del pobre Monty
sin razón. Al entrar en la amplia habitación sin ventanas no vio nada fuera de
lo común. Una gran mesa y varias sillas presidían el centro, probablemente
donde se discutían los temas de aquellas reuniones. Un intento de mini-bar estaba situado a la izquierda, más
cercano a la mesa central, con algunos vasos olvidados de la última reunión. Había
un mueble archivador a la derecha, con montones de carpetas y papeles
desordenados, y lo que parecían unas estanterías cubiertas con mantas.
A día de hoy
no ha contado a nadie lo que vio tras aquellas mantas. Botes etiquetados de
varios tamaños contenían formas carnosas conservadas en un líquido
transparente. Cogió uno de los botes de mayor tamaño para examinarlo más
detalladamente. Su etiqueta decía “721-
08/2015 – P”. Contempló horrorizado el contenido del bote. ¿Era un pulmón? De
repente recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente en el
suelo.
Al
despertarse, se encontró en el interior de un camión en marcha. Estaba bastante
dolorido, pero no en la cabeza. Sentía un dolor agudo en el costado izquierdo,
y al levantarse la camisa algo manchada de sangre descubrió que tenía una
cicatriz de unos diez centímetros, resultado de una operación reciente que él
no había presenciado. Empezó a sentirse mareado, y escuchó un idioma que no
conocía en el exterior. Comprobó la cicatriz una vez más, y vio que justo al
lado alguien le había escrito con rotulador: “Sorry”.
Publicado en el blog de Maclein y Parker: http://macleinyparker.com/wordpress/?p=1068
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