¿Adónde queda todo aquello
que nunca dijimos?
Habla ahora o
calla para siempre,
permanece atrapado
en la nebulosa del pasado.
Voy recogiendo mis pedacitos
como puedo,
forzándome a no pensar
en aquello que me quema por dentro.
Intento entenderlo,
pero ¿quién me entiende a mí?
Voy a la búsqueda
de algo no quebradizo,
algo por lo que luchar y
que no dejes de lado facilmente
para entrar en otras pieles.
¿Cómo volver la vista a otro lado,
si hay imágenes que se graban en la retina?
Que este barco se hunde
si no remamos los dos.
Friday, 27 November 2015
Monday, 16 November 2015
Luz
¿Qué es esta luz?
Casi ni la reconocía.
Han pasado más de tres navidades
desde la última vez.
Todo cobra color
allá donde miro,
la luz se filtra
por todas partes.
Dulce incertidumbre ahora,
no sé qué me has dado,
no queda ni rastro de lo de antes.
Querida luz,
¿estás aquí para quedarte
o solo es una prueba más?
Apaga la luz
(de la mesita),
que mañana es otro día
y no puedo esperar
a la próxima vez.
Saturday, 7 November 2015
Empate a cero
¿Qué estamos
haciendo?
¿En qué momento dejamos que pasara?
Se nos va de las manos
este soga tira que no cesa,
sin dejar que cicatrice la herida.
Porque yo dije,
tú dijiste,
nosotros nos dijimos.
Subidos al tren con trayecto Expectativas – Decepción,
las razones para quedarnos
se evaporaron y condensaron,
cansadas de ser ignoradas.
Rompe mis esquemas
con otra de tus falacias,
acaba con la última de mis células,
que tus brazos, una vez mi hogar,
ahora son mi alambre de espinas.
Extraños a los ojos del otro,
te miro y ya no sé a quién veo,
he dejado de buscar en tu mirada indiferente
al que fuiste un día.
Con la respiración entrecortada
intentando destruirnos mutuamente,
recompensa para el que aseste el peor golpe,
así duele menos la caída.
Líquido tóxico en nuestras venas,
del resentimiento acumulado alfabéticamente,
hasta que el corazón se acelera
y se disparan las palabras;
palabras,
demasiado tarde para retirarlas,
que nunca creí que me oiría decirte,
no a ti.
Pero espera,
no podemos acabar así,
puede que aun quede un resquicio de sentimiento
que nos impida hacernos más daño,
porque en el fondo sí que llegamos a querernos,
y aunque esos recuerdos estén cubiertos
por una niebla cada vez más densa,
recuerda que existió,
solo que ha llovido tanto desde entonces
que nos ha llegado el agua al cuello.
Cerremos la puerta,
ni tú ni yo,
dejémoslo así:
Empate a cero.
Publicado en el blog de Maclein y Parker: http://macleinyparker.com/wordpress/?p=1150
¿En qué momento dejamos que pasara?
Se nos va de las manos
este soga tira que no cesa,
sin dejar que cicatrice la herida.
Porque yo dije,
tú dijiste,
nosotros nos dijimos.
Subidos al tren con trayecto Expectativas – Decepción,
las razones para quedarnos
se evaporaron y condensaron,
cansadas de ser ignoradas.
Rompe mis esquemas
con otra de tus falacias,
acaba con la última de mis células,
que tus brazos, una vez mi hogar,
ahora son mi alambre de espinas.
Extraños a los ojos del otro,
te miro y ya no sé a quién veo,
he dejado de buscar en tu mirada indiferente
al que fuiste un día.
Con la respiración entrecortada
intentando destruirnos mutuamente,
recompensa para el que aseste el peor golpe,
así duele menos la caída.
Líquido tóxico en nuestras venas,
del resentimiento acumulado alfabéticamente,
hasta que el corazón se acelera
y se disparan las palabras;
palabras,
demasiado tarde para retirarlas,
que nunca creí que me oiría decirte,
no a ti.
Pero espera,
no podemos acabar así,
puede que aun quede un resquicio de sentimiento
que nos impida hacernos más daño,
porque en el fondo sí que llegamos a querernos,
y aunque esos recuerdos estén cubiertos
por una niebla cada vez más densa,
recuerda que existió,
solo que ha llovido tanto desde entonces
que nos ha llegado el agua al cuello.
Cerremos la puerta,
ni tú ni yo,
dejémoslo así:
Empate a cero.
Hard Rock Baby
Hasta hace unos pocos meses
mi vida podía resumirse en una sucesión
de años despreocupados,
donde la cena se pisaba con el desayuno,
junto a mi banda de rock,
y el cuerpo era un mero recipiente
alimentado de los gritos de la muchedumbre.
Mi único legado eran las canciones
que me dieron el tan soñado éxito,
con la juventud eterna como lema,
desenfreno en masa,
letras cargadas de descontento
y alguna sustancia de más en las venas.
El sueño me invadía con los hercios
aun retumbando en los oídos,
sin noción alguna del tiempo
y algunas veces hasta del espacio.
Ahora vuelvo a casa donde me espera
mi fan más incondicional, mi hijo.
Las canciones que escribí se reproducen
en modo automático en mi mente
cual banda sonora de mi rutina,
hago giras nocturnas por los pasillos de casa,
las horas las marcan los biberones
y doy conciertos a capela junto a su cuna.
Aun siento las cuerdas de mi guitarra
en la yema de los dedos,
he cambiado los bajos por su risa,
pero no cambio por nada
el sentir sus manitas entre las mías,
la más bonita de mis creaciones,
quien le da sentido a todo,
a quien querré toda la vida.
mi vida podía resumirse en una sucesión
de años despreocupados,
donde la cena se pisaba con el desayuno,
junto a mi banda de rock,
y el cuerpo era un mero recipiente
alimentado de los gritos de la muchedumbre.
Mi único legado eran las canciones
que me dieron el tan soñado éxito,
con la juventud eterna como lema,
desenfreno en masa,
letras cargadas de descontento
y alguna sustancia de más en las venas.
El sueño me invadía con los hercios
aun retumbando en los oídos,
sin noción alguna del tiempo
y algunas veces hasta del espacio.
Ahora vuelvo a casa donde me espera
mi fan más incondicional, mi hijo.
Las canciones que escribí se reproducen
en modo automático en mi mente
cual banda sonora de mi rutina,
hago giras nocturnas por los pasillos de casa,
las horas las marcan los biberones
y doy conciertos a capela junto a su cuna.
Aun siento las cuerdas de mi guitarra
en la yema de los dedos,
he cambiado los bajos por su risa,
pero no cambio por nada
el sentir sus manitas entre las mías,
la más bonita de mis creaciones,
quien le da sentido a todo,
a quien querré toda la vida.
Tráfico
Una de las cosas que más lo relajaba era asomarse al
balcón del apartamento. No era un espacio grande, pero era suficiente para
apoyarse en la baranda a contemplar el día a día de las vidas de la gente del
vecindario. Le gustaba la zona, no solo por su gente, sino por ser además muy
tranquila. Otra de las ventajas era que tenía todo lo que necesitaba cerca:
supermercado, tiendas, hospital, parque, etc. El piso tenía vistas a los
comercios principales de la calle: una zapatería, una panadería y una frutería.
El calor de agosto vaticinaba una larga noche dando
vueltas en la cama. Le estaba costando más de lo habitual conciliar el sueño y
pensó que quizás un whisky lo ayudaría. Con el vaso en la mano, se puso a mirar
por el balcón, con la orquesta nocturna
de grillos y chicharras como única compañía.
Vio llegar dos furgonetas que se detuvieron frente a
la frutería. Unos ocho hombres trajeados se bajaron de ellas y dieron unos
golpecitos en la cancela metálica. Se giró para comprobar la hora en el
despertador de la mesita. Los grandes números brillaban en la oscuridad: las
03:18. El dueño les abrió la cancela, haciéndoles un gesto para que entraran.
Juraría que era una frutería muy pequeña y le costó imaginarse a tanta gente en
el interior.
No era curioso por naturaleza, ni mucho menos cotilla,
pero la escena que acababa de presenciar lo había dejado tan desconcertado que decidió bajar a Monty, un Cocker Spaniel
que también seguía despierto, y así aprovechar y echar un vistazo por la
frutería.
Monty no parecía estar muy entusiasmado con el paseo
nocturno, y le hacía señales tirando de la correa para que volvieran/tiraba de
la correa en dirección a casa. A decir verdad, solo tenía a Monty, compañero
inseparable.
Acercó la
cara a la cancela para intentar ver a través del cristal. Podían intuirse
algunas formas gracias a la luz de las farolas que se filtraba a través del
cristal de la puerta. Escuchó una música de fondo procedente del interior. Todo
parecía estar normal ahí dentro. Se intuían en la oscuridad los montones de
cajas de fruta expuestas, pero no vio ni rastro de aquella misteriosa reunión.
En aquel instante, de una puerta que permanecía oculta a la luz del día, salió
uno de los hombres en traje.
El dueño de la frutería debía haberse esmerado mucho
para camuflar aquella puerta, pues estaba seguro que de que no había puerta
alguna allí, solo una de entrada y salida, desde la que observaba ahora mismo.
Todo ocurrió muy deprisa. A pesar de la oscuridad, estaba seguro de que su
mirada y la del individuo se cruzaron, pues este se detuvo en seco en su
dirección. Lo miró a él y a su perro, y se apresuró a la habitación de la que
provenía, probablemente para avisar al resto de que había alguien merodeando
fuera.
Al día siguiente al volver del trabajo, encontró a
Monty muerto en el salón. No había señales de que alguien hubiera forzado la
cerradura ni se habían llevado nada. Monty yacía inmóvil aunque sin heridas aparentes.
No sabía si llamar a la policía. No tenía pruebas de nada, pero sabía que
habían sido ellos, a modo de advertencia.
Bajó a la frutería para pedir explicaciones, pero el
dueño no parecía estar en ese momento, por lo que decidió entrar a la
habitación camuflada y ver quiénes eran realmente estos hombres, y qué asunto
tan privado llevaban entre manos como para acabar con la vida del pobre Monty
sin razón. Al entrar en la amplia habitación sin ventanas no vio nada fuera de
lo común. Una gran mesa y varias sillas presidían el centro, probablemente
donde se discutían los temas de aquellas reuniones. Un intento de mini-bar estaba situado a la izquierda, más
cercano a la mesa central, con algunos vasos olvidados de la última reunión. Había
un mueble archivador a la derecha, con montones de carpetas y papeles
desordenados, y lo que parecían unas estanterías cubiertas con mantas.
A día de hoy
no ha contado a nadie lo que vio tras aquellas mantas. Botes etiquetados de
varios tamaños contenían formas carnosas conservadas en un líquido
transparente. Cogió uno de los botes de mayor tamaño para examinarlo más
detalladamente. Su etiqueta decía “721-
08/2015 – P”. Contempló horrorizado el contenido del bote. ¿Era un pulmón? De
repente recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente en el
suelo.
Al
despertarse, se encontró en el interior de un camión en marcha. Estaba bastante
dolorido, pero no en la cabeza. Sentía un dolor agudo en el costado izquierdo,
y al levantarse la camisa algo manchada de sangre descubrió que tenía una
cicatriz de unos diez centímetros, resultado de una operación reciente que él
no había presenciado. Empezó a sentirse mareado, y escuchó un idioma que no
conocía en el exterior. Comprobó la cicatriz una vez más, y vio que justo al
lado alguien le había escrito con rotulador: “Sorry”.
Publicado en el blog de Maclein y Parker: http://macleinyparker.com/wordpress/?p=1068
Tiempo de cambio
Hay un
momento en el que una voz nos dice que
ha llegado el tiempo de una gran metamorfosis.- Rubem Alves
[9:13am]
Hace una semana recorrió los pasillos del
hospital en la camilla rumbo a quirófano bajo un cielo artificial de luces
fluorescentes. Sus latidos se aceleraron al llegar a la inmaculada habitación con
olor a látex y antibacterias. Había esperado ese día toda su vida. En cuestión
de minutos, unas preguntas por parte de los médicos y le indujeron al sueño del
cambio.
Hoy ya le han dado el alta y puede
volver a casa estrenando su falda. Le gusta lo que siente y cómo le queda. Tenía
preparada la ropa para cuando saliera, pues ya no necesitará aquella con la que
entró. Ahora todo es como debió haber sido desde el principio, solo que la
naturaleza se equivocó. Baja las escaleras algo dolorida, pero orgullosa, pues nadie podrá poner en duda que ya es mujer.
Llega a casa en taxi desde el hospital
y, como de costumbre, mira una vez más su buzón antes de subir: Luis Rivero.
Tendrá que arreglar unos cuantos papeles, pero el cambio más importante para
ella ya está hecho. Entra en su habitación y al abrir el armario mira con
ilusión la ropa que no puede esperar a ponerse. Su madre le ha pedido que vaya
a casa esta noche, donde van a darle una fiesta sorpresa para celebrar el
nacimiento de su nuevo yo.
[11:04am]
Mientras se mira en el espejo, Alicia
contempla su nueva forma. Donde antes había hendiduras ahora hay una bonita
forma femenina. La zona de las costillas ya no está tan marcada, ni su pelvis
sobresale hasta el punto en que le molestaba a ella misma estar tumbada boca
abajo. Ya tiene curvas de mujer y su cara se asemeja más a la de una adolescente,
dejando atrás a la niña de ojos hundidos. Ha sido un largo camino, para ella y
los que la rodean, pero lo más importante es que ahora se quiere, y le gusta lo
que ve. Ha aprendido que la perfección no existe y que la autodestrucción no es
el mecanismo de defensa adecuado. La voz enfermiza que le susurraba en la
cabeza remitió ante la otra voz que le decía que el cambio era necesario.
Tiene una cita al mediodía, su primera
cita de verdad. Ahora que ya se quiere,
deja que otros la quieran. Va a ponerse la ropa que ha comprado junto con su
madre varios días atrás. Ropa especialmente para la cita. Su madre está feliz
de ver el nuevo brillo en su cara. Su padre insiste en que la lleva al centro
en coche, y ella en que a la vuelta cogerá el último cercanías. Lo que le
produce ansiedad ya no es comer fuera con otra persona ni pensar en la comida,
sino con quién va a comer y el hormigueo que siente cada vez que la mira.
[12:23pm]
A juzgar por los resultados, no había
lugar a dudas de que su organismo había cambiado. Estaba claramente ante un
caso de metamorfosis celular. El recuento de leucocitos había aumentado
considerablemente, al igual que sus trombocitos, que además, habían
incrementado su tamaño. Los linfocitos han vuelto a su cifra normal. Una vez
analizados los resultados, llama a Irene desde el laboratorio para que acuda a
la clínica. En menos de una hora, Irene llega con su marido, con aire inquieto
y expresión de no saber qué esperar. Ambos parecen nerviosos y están cogidos de
la mano.
- No voy a hacerles esperar más. Pensé que
sería más oportuno comunicarles la noticia en persona. Irene, tengo los
resultados de la última prueba. A partir de ahora quiero que lleves una vida
plena y con total normalidad. Enhorabuena, has superado el cáncer.
Irene trata de asimilar lo que su médico
acaba de decirle, pero las buenas noticias se han quedado atrapadas en algún
punto de su subconsciente. Pasan por su mente a gran velocidad una hilera de
recuerdos de una época que, aunque no ha sido la más dura de su vida, ha sido
una larga lucha, de la que llegó un momento en que pensaba que no saldría.
Gracias al apoyo de su marido, padres y amigos, se sintió más arropada que
nunca y ahora, por fin, podría plantearse ser madre. Su marido la abraza y
ambos lloran, pensando en la batalla librada. Al salir de la consulta, decide
llevarla a un sitio especial antes de coger el tren de vuelta a casa.
[8:15pm]
Sentada en una de las sillas de la cocina contempló sus pies. Nunca había
tenido los tobillos tan hinchados. Hacía un tiempo ya que Marina no podía verse
los pies. ¿Cuándo se habían puesto así? Era como si esa oleada de cambios
tuviese lugar por partes. Había envases de yogur de limón por la mesa y, aun
sabiendo que debía cenar algo antes de salir, su propio organismo le enviaba
señales de que ya estaba lleno. Debía salir ya si quería llegar a tiempo, pero
su cuerpo no respondía. Con la respiración agitada y el corazón latiéndole
fuertemente, la idea de levantarse se le hacía un mundo. Se sentía extraña en ese cuerpo. Miró hacia la
ventana y vio que estaba abierta. Aun así, tenía mucho calor y se le pegaba la
ropa al cuerpo. Desde la silla veía cómo su cuerpo subía y bajaba
exageradamente al ritmo de la respiración. Le estaba costando adaptarse a su
nuevo cuerpo, especialmente a ese reducido campo de visión y a mantener el
equilibrio. Ahora le resultaba demasiado fácil caerse, y no entendía por qué.
Su marido la había llamado diciendo que
llegaría el martes por la noche en vez del miércoles, así que hoy le daría una sorpresa e iría a recibirlo al
aeropuerto. El problema era que no estaba en condiciones de conducir y tendría
que coger el tren y el autobús.
Cuando llegó a la estación vio que el
tren estaba allí, y lo habría perdido de no ser porque echó a correr, en la
medida en que su cuerpo le permitió, hasta subir el escalón de un salto. Una
vez dentro, y con una mezcla entre alivio y falta de aliento, echó un vistazo
al interior del vagón. Por suerte estaba casi vacío, excepto por una chica alta
con falda, una adolescente y un matrimonio cogido de la mano. Le llamó la atención que ninguno iba inmerso
en el móvil, sino pensando en sus cosas. A cada uno de ellos los envolvía una
sensación de sentirse realizados, como si todo estuviera en su lugar.
De repente sintió un dolor nuevo,
punzante. Cerró los ojos y se llevó las manos a la barriga. No entraba dentro
de los planes de esta noche. El suelo se mojó, o ella lo mojó, y como
por acto reflejo a la situación que se presenta, no puede evitar tumbarse. Los pasajeros, sorprendidos,
acudieron de inmediato. Entre lapsos intermitentes de dolor, intentó distraerse
mirando una de las pegatinas del interior del tren: “Ceder asiento a
embarazadas”.
Publicado en el blog de Maclein y Parker: http://macleinyparker.com/wordpress/?p=989Esperando en la sombra
No debí haberme olvidado la cartera en el baño. Es
imprescindible en un día como el de hoy. Cualquier otro día hubiera estado
bien. A fin de cuentas, no llevo mucho dinero encima, pues hace poco más de un
año que estoy desempleado. Varios días a la semana me inscribo por internet a
aquellas ofertas de trabajo que me parece que ofrecen condiciones más dignas,
aunque tengo que reconocer que se me hace difícil encontrar algo decente entre
tanta esclavitud. Venda aquí su alma por una miseria. Arbeit macht frei.
Con la idea de recuperar mi cartera, regreso a la
librería, paseando sin prisa bajo esta tarde de domingo de mediados de abril. No suelen dejar que nadie,
excepto el personal, utilice el baño, pero al tratarse de un cliente habitual,
me han dejado hacerlo más de una vez. Pierdo la noción del tiempo cada vez que
entro en este lugar. De ahí que pasen incluso horas, mientras quedo inmerso en
los libros, y entre portadas elaboradas y sinopsis engatusadoras, llega inevitablemente
la necesidad.
Entro al baño, y con alivio veo que sigue ahí. Me
aseguro que contiene lo más importante. Hoy es día de elecciones, y sería una
pérdida de tiempo acudir a las urnas sin el DNI. Como aún es temprano, vuelvo a
echar un vistazo entre los pasillos de la librería. Pensar que todas las
palabras, frases y conocimientos a lo largo de la historia se encuentran
condensados ante mí en unos cuantos pasillos, esperando ser elegidos para
cumplir su función, me fascina.
De colores vistosos o simples, más o menos gruesos, recorro cada estantería con la mirada, hasta
dar con un título que llama mi atención. Con el ejemplar entre mis manos,
examino el dibujo de la cubierta. Tiene algo que me atrae. En ella, un hombre de
espaldas al lector contempla la nada, una extensión de paisaje muerto ante él. La
tierra baldía, de T.S. Eliot. Lo abro, y busco el comienzo, donde el primer
verso lee “Abril es el mes más cruel”.
Sonrío. Recuerdo este comienzo, aunque nunca llegué a terminarlo. Me decido a
comprarlo, y por fin salgo de mi pequeña cápsula del tiempo al mundo real, con
la cartera en el bolsillo y el libro en la mano. Todo listo para ir a votar.
El colegio que tengo asignado resulta ser el colegio
al que iba de pequeño. Cada día de elecciones es como un reencuentro donde
puedes comprobar quién sigue por el vecindario y quién ha rehecho su vida en otra parte; quién
ha tenido hijos, y quién ha cambiado de pareja.
Es la oportunidad perfecta para ponerte al día con esas personas que, a
pesar de vivir en tu zona, no sueles ver
nunca. Como los padres de tus amigos de la infancia, que siguen sorprendiéndose de que
sigas aquí. Aquí sigo.
Un flujo de gente que entra y sale, gente que
conozco, que me para y me pregunta. Miran a T.S. Eliot en mi mano con
curiosidad antes de irse. Compruebo en el papel una vez más dónde se encuentra
mi mesa. Nunca entendí por qué hacen este proceso tan confuso. Tras recorrer
las aulas como quien se asegura de que
las personas encargadas de recoger los votos hacen su trabajo correctamente, al fin la
localizo. De la A a la N.
Vuelvo a la mesa que está llena de papeles de
colores, y tratando de darle privacidad a mi votación, me sitúo justo delante
del montón de papeletas del partido que recibirá mi voto. Meto la papeleta en
el sobre, que hace ahora de marcapáginas, y me pongo al final de la cola de mi
mesa.
Mientras espero, echo un vistazo a mi alrededor y la veo, no muy lejos de mí. No la veía desde
que éramos pequeños y pasábamos las horas en los bancos de abajo de casa; esos
bancos que nos han visto hacer amigos, perderlos, jugar a juegos inventados y
hasta soportar riñas maternas. Ya no lleva las muñecas llenas de pulseras, ni
es más alta que yo. Ahora lleva el pelo más largo, tiene un aire adulto y los
tobillos bonitos. Ya no jugamos a qué queremos ser de mayor, ni dividimos las
palmeras de chocolate en cinco trozos. Ahora estamos aquí decidiendo el futuro
del país.
Nos gustábamos entonces, y nos lo contábamos todo,
pero el tiempo y un par de discusiones tontas hicieron que nos separásemos.
Sólo nos damos cuenta de la estupidez del tema de las discusiones cuando ha
pasado el tiempo y está todo hecho.
Cuando mis amigos la hacían rabiar, ella cogía mi
mano y me llevaba a otra parte, donde caminábamos sin rumbo, y me contaba cosas
que, ahora que me doy cuenta, eran demasiado complejas para una niña de su edad.
A veces, mientras cogía mi mano, me decía que yo era diferente a ellos, más
bueno con ella. Yo no podía hacer otra cosa que asentir en silencio, y sentir
su calidez a través de su mano, y estoy seguro de que ella notaba mi corazón
acelerarse a través de la mía.
Me gustaría saber de ella, si ha conseguido aquello
que siempre quiso, o si como yo, sigue esperando su momento en la sombra. No sé
si estará con alguien, pero seguro que se alegra de verme y me brinda una de
sus sonrisas por las que vale la pena hacer cualquier locura de niños. Invitarla
a un café estaría bien. Abro la cartera y me doy cuenta de que sólo llevo 1
euro y 3 céntimos. Cierto, el libro.
Mis ojos van de la cartera, a ella, y finalmente, al libro. Empiezo a caminar
en su dirección y paso por su lado.
Bueno, quizás nos veamos en las próximas elecciones. Puede las cosas hayan
cambiado para entonces, o puede que todo siga igual. Con Eliot bajo el brazo, y
tras decidir sobre el futuro del país, salgo del colegio para volver a
recorrer las calles que me han visto crecer.
Publicado en el blog de Maclein y Parker: http://macleinyparker.com/wordpress/?p=944
El amante
Su amor no sobrevivió al tiroteo de decepciones. La quería. Lo supo la
primera vez que la vió apoyada en la pared, sujetando con gracia un cigarrillo.
Sus labios se curvaron, y de ellos salió una nube de humo que se elevó hasta
perderse en la noche. Cuando terminó de fumar, volvió a entrar al concierto de
la banda que los uniría. La quería, a pesar de que ella le dijera que era de
otro también.
Verla tendida en la cama, las curvas de su cuerpo recibiéndolo cada fin
de semana. No podía soportar la idea de que otro estuviera en los mismos sitios
que él disfrutaba. Por la mañana preparaba café para dos, mientras la escuchaba
cantar en la ducha. But I still haven't found what I'm looking for. Cada
domingo ella salía del apartamento, dejando atrás vapor de ducha, media taza de
café frío y un corazón herido.
¿Llegaría el día en que ella no tuviera que irse más? Incierta, la vida
del amante. ¿O era el otro el amante?
Con el tiempo ella le pide distancia para pensar en una decisión que
siempre estuvo tomada. Se volverían a ver, le aseguraba, cuando todo estuviera
en su lugar, y ella pudiera contentarse con el calor de una sola cama.
Ha pasado un año ya , y vuelve a querer saber de ella. 365 oportunidades
para empezar de nuevo, pero su vida ha estado entre paréntesis desde entonces,
observando como mero expectador.
Ahora espera en el coche antes de ir a trabajar, aparcado frente a una
casa que no es la suya, pero en la que fue muy feliz intermitentemente. La ve
salir con él. Pequeña banda dorada en anular izquierdo. Siempre le había dicho
que no le gustaba llevar anillo. Van sacando bolsas y metiéndolas en el coche,
dejando con especial cuidado, algo más grande en el asiento de atrás. Su bebé. Solían jugar al ajedrez en tardes de lluvia. Otro jaque mate. Quizás este fuera el peor de todos. Los ve salir en el coche, rumbo a un día más en la vida de otra familia cualquiera.
Queda inmóvil, inmerso en sus pensamientos. Como por acto reflejo, aprieta los puños con fuerza, para no dejar escapar las últimas gotas de esperanza albergadas tanto tiempo, que ahora escapan desbocadas, mientras en la radio suena de fondo Where the streets have no name.
Subscribe to:
Posts (Atom)